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jueves, 16 de septiembre de 2010

REVELACION O MISTERIO? y Comentario

Por Mora Torres

A veces es más misteriosa la revelación que el misterio. Por eso también revelar es mitificar. Más digo callando; diciendo callo la mayor parte de las cosas.

Un silencio continuo no es misterioso, sólo es plomo y tedio.
El misterio es algunas palabras, no todas. Pero tampoco ninguna.

También es misterioso un largo poema, pero, ¡qué misterio es dar dos palabras y decir, por ejemplo,M’ilumino d’inmenso (me ilumino de infinito), como dice a veces Ungaretti.
Se parece de todos modos al azar, que navega y trae especies preciosas a la arena: una moneda de oro porque se hundió un barco hace 200 años y hubo diecisiete tormentas –fatales- pero azarosas.
También estamos hechos de azar. Los hechos de nuestra vida son como la moneda que los naufragios y las tormentas arrojan o no arrojan sobre la playa. Los libros, las visiones, son como la moneda o no-moneda.
Filtrar la realidad de su hojarasca para que en lo escrito lo que se muestre sea intenso (De la realidad virtual y el principio de realidad psíquica).

Pequeño relato, supuestamente escrito por la niña que fui
La hora de la siesta

La loca hora de la siesta
cuando se oyen los pasos
y el corazón está con su fantasma.

A la noche y con rayos, todo negro como el vestido de terciopelo de mi mamá, todo furioso y tempestuoso y con silencios y ruidos repentinos, quisieron hacerme creer que brotan los fantasmas.
No digo que algunas veces no sea así, a cualquier hora, cualquier día, pueden aparecer, pero porque soy chica -parece ser que hay un momento en la vida de los adultos en que ellos olvidan para siempre determinadas cosas de cuando fueron chicos- sé perfectamente que la hora propicia, que la hora redonda que los deslumbra y los atrae es la hora de la siesta.
Cualquiera estará de acuerdo conmigo si es un niño y ha pasado alguna temporada con primos, en el campo o en una quinta, como yo. Casi puedo decir que los fantasmas de la siesta son fantasmas de campo, terriblemente tímidos y frecuentes, serviciales a veces y muy buenos jinetes.
Un día estábamos en la galería de la casa-quinta de mi tío María Isabel, Valeria y yo jugando a las cartas cuando yo dije: “corto”, y en ese mismo momento Valeria, que era la más pequeña, pegó un grito espantoso y se puso a llorar. Isa y yo supusimos que era por el diente flojo, que se le habría caído.
Hacía unos días que andaba con el problema y era el primero, por lo demás, así que, bastante mayores que ella, la comprendíamos, aunque de vez en cuando nos hubiera gustado darle un tirón y arrancárselo de repente, de cuajo, de inmediato.
Pero era la hora de la siesta, la respetable hora de la siesta en verano, en el campo.
Venía desde afuera un calor embalsamado con perfume de miel y de limones: era agridulce por lo tanto el calor, daban ganas de asaltar la cocina y comerse lo que sobró del postre, revisar los objetos de un viejo cajón, mirar las fotos de un álbum polvoriento y bastante prohibido porque se desintegraba de sólo tocarlo, jugar con la caja de herramientas tan anaranjadas y brillosas, y al momento daban ganas de no hacer nada de esto, ni siquiera de jugar a las cartas.
Venía desde adentro el silencio fresco de las casas de campo ventiladas anticipadamente para poder dormir la siesta, luego encerradas en la mayor oscuridad; y pequeños silbidos y ronquidos a coro, apagados por las puertas añosas bien cerradas.
Valeria dijo algo que no alcanzamos a entender primero, y que después pudimos, aterrorizadas, traducir:
“Me miró, me miró desde afuera y se llevó mi diente”.

Comentario
José Itriago
Un silencio continuo es plomo y tedio. Pero ¿qué es continuo?. Excluyendo la muerte como respuesta aparente (no creo que exista tedio en la muerte, mas si plomo), se hace difícil definirlo. Así pensaba mientras me imaginaba viendo la tierra y luna desde Mercurio (¿porqué no se dirá “el mercurio” y si “la luna” y “la tierra”). Debe ser un silencio total y me sentí parte de ese intangible espacio sideral, surcado a veces y de manera repentina por feroces meteoros, más feroces por su silencio que por su enorme capacidad de daño. De aquí podíamos inferir varias metáforas y consejas, como “me gusta cuando callas porque estás como ausente” o aquella más prosaica de que perro que ladra no muerde; o que los ladrones son silenciosos, sólo se dejan oír al momento del desastre, o que quien explica pasa a ser un tonto con demasiada facilidad, mejor callarse y que los demás supongan.
Como el silencio es atributo exclusivo de nosotros los que tenemos atmósfera y oídos, el continuo de tedio y plomo es casi humano y no podrá ser más largo que la vida, pensé. Nadie puede referirse a los continuos del arcano, sino a los nuestros, limitados a menos de 100 años, quizás mucho menos. Un continuo puede, para algunos, ser apenas cosa de horas y para otros decenios. Pero desde Mercurio, la tierra y la luna se ven apenas como dos puntos más, insignificantes, minimizadas por las magnitudes celestiales y por el silencio total. Dos puntos más entre tantos que hay en la bóveda celestial. Aquí el continuo tiene dimensiones milenarias, al menos así debemos suponerlo, aunque ninguno pueda testificarlo, ni toda la humanidad, que abarca apenas algunos decenios de miles de años. Fue cosa grande que hubiéramos sido formados con oídos, porque si no, nos imaginaríamos la tierra como parte del silencio sideral.
En el llano, frente al horizonte infinito, uno no siente los otros sonidos porque se hacen parte del paisaje. Puede que una guacharaca esté cantando por allá y más allá otra le conteste, puede que algún pájaro silbe algo, a lo mejor nuevo, diferente, como ensayando un nuevo trinar y uno indiferente, ni aprueba ni desaprueba, simplemente sin oírlo, porque es paisaje. Los trinos son paisaje, los mugidos son paisaje, los gruñidos nocturnos, incluso los rugidos, son paisaje. Por eso será que los animales se empecinan en decir siempre lo mismo y de la misma forma. ¿Para qué cambiar? Dirán ellos, sabiendo, como saben, que no nos percataremos de esas sutilezas. Un turpial siempre canta turpial y es paisaje o de llano abierto o de casa vieja, con sus jaulas y sus pájaros.
Entonces, cuando cae el sol y uno ve la puesta en la distancia, de dorado intenso, pasando a rojo, después como una placa oxidada detrás de los cujíes, uno siente ese silencio. Quizás a lo lejos, también como paisaje, oiga el ajetreo de una cocina que ya empieza a pilar el maíz o el de algún muchacho arriando algún ternero despistado, pero no es con uno. Tampoco rompe el silencio que te llamen a comer , en realidad no te están diciendo nada, el silencio sigue; ni lo rompe que te pidan que pases el la mantequilla o el queso, no, no te quieren decir nada y uno tampoco, uno se anuda a su silencio y pasa y pide cosas, pero no dice nada, Cuando los demás se vayan a acostar y a alguien, por extrañas circunstancias, se le ocurriera pregunta qué dijo José, todos dirían; nada. Y sería verdad. El silencio no se rompe con la bulla. No, el silencio es algo íntimo que se interrumpe sólo cuando alguien penetra en esa esfera.
El cuervo de Edgar, que en la tosca medianoche cuando en tristes reflexiones, sobre más de un raro infolio de olvidados cronicones Inclinaba somnoliento la cabeza con incierta mano tímida interrumpe para después romper el silencio con un “nunca más” tan denso como el plomo. La noche llena de la música de las alas de José Asunción se queda en silencio absoluto, cuando por la misma senda su sombra, por los rayos de la luna proyectada, iba sola, iba sola, iba sola por la estepa solitaria. Sin embargo oiría los grillos, los perros, las ranas y quien sabe que más, que estaban allí solamente para que sintiera el verdadero silencio, el de la soledad. Ya no oía la música de las alas. Y ese silencio si es de plomo.
Sigo viendo la tierra y la luna desde Mercurio. Asombra que seamos tan prepotentes, siendo tan insignificantes en el universo. Pero todavía los veo, o nos vemos, estamos, somos, aferrados a nuestro silencio, al silencio que no queremos y no podemos compartir porque nos dispersaríamos como cola de cometa vista de cerca: unas piedras por aquí, otras por allá y nada más.

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