Responsabilidad

Cada autor es responsable por el contenido de su artículo

miércoles, 17 de noviembre de 2010

MEDITACIONES DE CEMENTERIO

POR MORA TORRES

Hay como un canto encerrado dentro de mí que parecería poder brotar a cuchilladas, con la violencia de la muerte.

Y es posible que cuando ocurra eso se asomen los que están embalsamados en el fondo de mis ojos,  los que quedaron dentro del espejo, con siglos, con herrumbre, sellados de plata antigua.

Con un fino cincel o con tinta de sangre limaré la cofia de mi abuela hasta que sonría otra vez; abriré de hoja en hoja las partituras de mi abuelo para que las siga escribiendo en el fondo de la casa que era como un barco, y cree la música de su guitarra.

Frente al papel en blanco a veces viene a visitarme mi niñez.

Hoy vino, y me hizo entrar de golpe, corriendo, en esa casa que mi abuelo decía: “Es un barco”. Al fondo estaban las hojas de pentagrama llenas de signos que él les dibujaba; la ventana de su cuarto daba a un naranjo que por esta época estaba lleno de azahares y de noche lo sacudía el viento y dejaba perfume y blancura todo a lo largo del reborde de la ventana.


En el medio del barco una señora, mi abuela, hipnotizada con estampitas de tantos santos y tantas vírgenes, sometida a esas fuerzas del cielo, nadaba, flotaba en una gran cama solitaria. Las estampas estaban a cada lado, en las mesas de luz: cartones macerados, parecidos a naipes de boliche, que ella acomodaba y desacomodaba todo el día como si fuera cartógrafa y aquéllas fueran mapas del cielo.


De pronto me pregunto, ¿dónde estoy? Parece que el aire no respira, que los sueños flotan como si fueran la verdad, la carne de las cosas, y comprendo que estoy en remolino de años, entre pájaros y ángeles que son el viento de Dios, hasta que entre los muertos mi propia muerte me mira, y comprendo que no es más que una tela negra, mi muerte. Una tela tejida en la vida para llevar hasta el hueso una rosa, si es posible; si no es posible, alguna otra cosa, como una serpiente o una memoria venenosa.


Me digo que cuando me aproxime ya muerta a los muertos, ellos dirán al ver esta vieja ansiedad de poros, de células ardientes: “Aquí se alzó una mujer, un cometa, es lo mismo, de larga cabellera”. Los muertos no sospecharán que tuve ojos, éstos que suavemente, negramente, al ver otra mirada, alumbran, ni tampoco sospecharán los muertos tantos reflejos de las otras miradas de los vivos que me miran. Los muertos aún me esperan y me espían detrás de las ventanas, con sombreros aludos. Yo atravieso las calles del cementerio, paso por medio del misterio sin tocarlo.

P.D.
Esto lo encontré en una gran tumba, flotando al aire de la muerte:

"Oh vosotros que nos lloráis
No os dejéis abatir por el dolor
Mirad la vida que comienza
Y no la que ha concluido".


San Agustín