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viernes, 20 de enero de 2012

Hispanidad en U.S.A.



Hispanidad en Estados Unidos
Por: Ignacio López-Merino

Publicado en El Comercio, página editorial, hace 31 años, domingo 14 de junio de 1981.

Con ocasión de un reciente viaje a Nueva York, tuve la oportunidad de comprobar el poderoso impacto hispanoamericano en esa urbe, la más importante del planeta. Váyase por donde se vaya, sea un paseo a la Estatua de la Libertad o una visita a las nubes desde las cumbres del Empire State Building o desde las torres del Trade World Center; discurriendo a través de la majestuosidad de las salas impregnadas de formas y color del Museo Metropolitano; o, simplemente, andando por entre las montañas de concreto y cristal de la ciudad, la inconfundible fisonomía indoespañola y los más variados acentos del idioma hispánico saltan a la vista y al oído del viajero con una frecuencia inusitada. Se les ve, sea enfundados en atavíos de guías, guardianes o conserjes, ya ostentando ringorrangos camareriles, o en atuendo más informal como vendedores ambulantes de refrescos y hot dogs en la Quinta Avenida y en Central Park.

Conmigo ocurrió lo que seguramente con muchos transeúntes hispano hablantes en el Nueva York de hogaño: a las pocas horas de la estadía se comprende, fuera de cualquier propósito hiperbólico, que para una visita de placer, el conocimiento de la lengua inglesa puede ser un lujo pero de ningún modo una necesidad en la metrópoli. La gran mayoría de carteles de señalización, folletos turísticos, información hotelera, etc., van impresos en los idiomas de Shakespeare y Cervantes, y hay dos canales de televisión que transmiten exclusivamente en castellano. Y ni qué mencionar Florida y California.

En un reciente artículo del Boston Globe acerca de una inmensa bonanza económica existente en Miami, mérito, sin duda, del entusiasmo y trabajo de los inmigrantes cubanos que han hecho un emporio de una lánguida playa tropical en sólo veinte años, y en donde hoy existe el menor índice de desempleo per cápita comparado con otros lugares de la Unión, se refiere lo siguiente: un turista sudamericano va a comer a un restaurante en Miami, y, por supuesto, el propietario es cubano; sin embargo, lo que más llama su atención es que el mozo que lo sirve es un chino que se expresa en un muy buen castellano. Al momento de despedirse, el comensal le comenta, muy entusiasmado, al dueño sobre la notoriedad del hecho, a lo que éste responde de inmediato en tono cómplice: “No hable tan fuerte que el chino lo puede escuchar, él cree que está aprendiendo inglés”.

Menos en broma pero lleno de cuajo por su contenido paradójico, es lo que vi hace algunos años en la calle Flaggler, vía principal en el corazón de Miami: un cartel en el escaparate de una tienda de artefactos eléctricos con el insólito anuncio inglés “English Spoken” (se habla inglés). Entonces, pensé qué sentiríamos los peruanos si algún día, debido a una inmigración masiva de chinos o polacos, por caso, viésemos en ciertos establecimientos del Jirón de la Unión un letrero que nos consolase: “Aquí hablamos castellano”. Por supuesto que tal analogía es imperfecta en su ilustración debido a múltiples factores culturales e idiosincráticos en ambas circunstancias nacionales: es otro el sentido de integración e identificación étnica que trasciende el cliché del “melting pot” norteamericano, donde las castas al mezclarse se confunden.
¿Será el florecimiento de nuestro idioma en Estados Unidos algo transitorio, fugaz, destinado al desuso en una o dos generaciones más, cuando los descendientes de los inmigrantes hispanoamericanos hablen exclusiva --o preferentemente-- la lengua inglesa? Es posible. Sin embargo, tal como lo supiera el presidente Reagan durante la ceremonia de bienvenida oficial a los rehenes norteamericanos a su retorno de Irán, el joven sargento Jimmy López, nacido estadounidense de padres mestizos indoespañoles, considerado héroe y homenajeado como tal, durante el cautiverio escribió en las paredes de su celda: “Viva la roja blanca y azul”, refiriéndose a los colores de su bandera, y tal inscripción jamás fue borrada por los secuestradores, algunos de los cuales seguramente que eran buenos conocedores del inglés pero legos en castellano. La condición bilingüe de López fue el medio para mantener sin vejamen la gratificación de sus sentimientos patrios.

El inglés es una lengua muy dinámica, muy flexible. No hay la criba de una academia, y por ello el incremento léxico es enorme, continuo y real. Tampoco hay la preocupación por anglicanizar las voces extranjeras que han sido captadas. Así, los términos castellanos pronto, siesta y gusto, entre otros, quizás por su eufonía o por su naturaleza enfática, son usados intactos muy a menudo por norteamericanos de todos los niveles de educación, aunque existen equivalentes ingleses específicos, seguramente que desplazados por su anodinia. Nap significa siesta en inglés, pero, ¿no es, acaso, el nuestro un término onomatopéyicamente más descriptivo por sus eses al arrastrarse, como se supone que debe ser el sueño reparador después de una comida?

Actualmente hay varios polos de hispanidad en el gran país del norte, principalmente California, Texas, Florida, y Nueva York. La prevalencia hispanoamericana es de mexicanos en los dos primeros Estados, y de cubanos y portorriqueños, respectivamente, en los últimos. Es, en cuanto a volumen, la segunda minoría étnica en los Estados Unidos (19 millones, incluyendo a los ilegales), superada solamente por los afroamericanos, quienes constituyen alrededor de un 12 por ciento de la población total, la que hoy se estima en 225 millones. Según estadísticas recientes, de continuar la actual tasa de crecimiento hispánico --alrededor de 1 millón anualmente--, en la presente década será éste el grupo racial más numeroso después del anglosajón, es decir, una real fuerza social y política. Y económica también.

La Coca-Cola es quizás el símbolo norteamericano por antonomasia alrededor del mundo; su burbujeante inocencia ha sido, y sigue siendo, vituperada por quienes recelan del expansionismo financiero yanqui, non plus ultra de las llamadas transnacionales. Pues, bien, el actual ejecutivo máximo de esa empresa con sede en Atlanta es un cubano que emigró a Estados Unidos siendo un adolescente.

La gran afluencia inmigratoria del grupo latino ha encontrado abierta o vedada resistencia de parte de muchos norteamericanos, quienes temen un desplazamiento en cuanto a oportunidades laborales y un agravamiento de la economía nacional, lo cual obviamente no procede en el caso de Miami, y más importante aún: la amenaza de un idioma y usos foráneos en gran escala, precisamente ahora que Estados Unidos se empeña en encontrar factores comunes que permitan una convivencia social en tan eruptiva heterogeneidad étnica. Probablemente se trata de esto, más que de una discriminación racial o cultural.

A fines del siglo XIX y comienzos del XX, debido a la llegada masiva de irlandeses, especialmente a Massachusetts, un diario bostoniano publicó muchos avisos de este tenor: “Se necesita empleada doméstica de cualquier nacionalidad o color, excepto irlandesa”. En este caso no cabía prejuicio racial o idiomático.
Sólo unas décadas después, sin embargo, Estados Unidos, y Boston en particular, se enorgullecerían grandemente de un presidente de ascendencia irlandesa, cuyo bisabuelo llegó a playas americanas para trabajar como barrilerp, y lo elevarían a status casi mítico tras su inmolación, y otorgarían a la suya el título de Familia Real de América, y bautizarían con el nombre de Camelot a la corte de los Kennedy en el Cape Cod.
El tiempo dirá cuál será el futuro de los Pérez y los Martínez en el país más poderoso de la Tierra.

Boston, junio de 1981

Publicado en El Comercio, página editorial, domingo 14 de junio de 1981.