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domingo, 2 de enero de 2011

EL ARBOL DE NAVIDAD

Una publicación de Gerardo Bouroncle


EL ORIGEN DEL ARBOL DE NAVIDAD

El árbol de Navidad proviene de los países fríos y nórdicos donde es común verlos todo el año y especialmente en Navidad se conmemora esta fiesta adornándolo con luces, guirnaldas, regalos y adornos de colores, costumbre que se popularizó rápidamente entre otros países.
Hay muchas leyendas acerca de su origen; una de ellas cuenta que San Bonifacio, un monje inglés que organizó la iglesia francesa, iba en uno de sus viajes cuando encontró a un grupo de paganos alrededor a un gran pino en el momento en que iban a sacrificar un niño en honor al Dios Thor. Para detener el sacrificio y salvar al muchacho, San Bonifacio derribó el árbol con un poderoso golpe de su puño. El santo le dijo a los paganos que ese pino era el árbol de la vida y de la vida eterna de Cristo.
Otra leyenda se remonta a la época comprendida entre el segundo y tercer milenio A.C. En aquel entonces, una gran variedad de pueblos indoeuropeos que se estaban expandiendo por Europa y Asia tenían a los árboles como expresión de las fuerzas fecundantes de la Madre Naturaleza, por lo que les rendían culto. El fuerte roble fue en muchos casos el árbol rey. Al llegar la caducidad de sus hojas, su aspecto desolado era compensado con diferentes adornos tratando de atraer el espíritu de la Naturaleza que se creía huido.
La leyenda cuenta que en la primera mitad del siglo VIII un roble que los paganos creían sagrado cayó sobre un abeto, pero éste quedó milagrosamente intacto, por lo que fue proclamado el árbol del Niño Jesús. Su forma triangular se explicó como representativa de la Santísima Trinidad, con el Dios Padre en la cúspide.
El moderno árbol de Navidad proviene de Alemania y sus primeras referencias datan del siglo XVI. Hasta el siglo XIX no llegaría a Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos, Puerto Rico, China y Japón. En España empezó a penetrar en el primer cuarto del siglo XX y en la actualidad se encuentra arraigado en la mayoría de Europa y Latinoamérica. La leyenda del abeto es tan vieja como el cultivo del mismo árbol. Fue en el siglo VIII, en la antigua Germania, cuando un monje inglés, llamado Winfrid, taló en una Nochebuena, un roble que era utilizado en las festividades paganas para ofrecer vidas en sacrificio. En ese mismo lugar brotó milagrosamente un abeto y por eso su especie se tomó como emblema del cristianismo.

Representación del Parsifal
Para los bretones (grupo celta de Bretaña), el árbol de Navidad fue descubierto por Parsifal, caballero de la mesa redonda del rey Arturo, mientras buscaba el Santo Grial o cáliz de la Última Cena de Jesús. La leyenda cuenta que el caballero vio un árbol lleno de luces brillantes, que se movían como estrellas. El escritor alemán Goethe, en su libro Werther, también hizo alusión a un frondoso arbusto lleno de caramelos y figuras religiosas.
El antecedente más cercano a nuestra tradición parece remontarse a la Alemania de los primeros años del siglo XVII. En 1605, un árbol fue decorado para ambientar el frío de la Navidad, costumbre que se difundió rápidamente por todo el mundo. El árbol de Navidad llegó a Finlandia en el año de 1800; en Inglaterra en 1829, y fue el príncipe Alberto, esposo de la reina Victoria, quien ordenó adornar el castillo de Windsor con un árbol navideño en 1841.
La tradición del abeto decorado, salió de Inglaterra directo a Estados Unidos, en tiempos de la colonización. Se le atribuye a August Imgard, un hombre de Ohio, quien instaló el primer árbol navideño, en 1847. De ahí en adelante, la cultura norteamericana ha sido abanderada en materia de decoración navideña. Árboles cuyas dimensiones, abarcan la atención en parques, centros comerciales, tiendas, calles y hogares. Sintético, natural, seco, fresco, blanco o verde; lo que importa es que se sigue adornado cada año.
Buena parte de la tradición del árbol de Navidad se origina en una leyenda europea: se dice que durante una fría noche de invierno, un niño buscaba refugio. Lo recibieron en su casa un leñador y su esposa y le dieron de comer. Durante la noche, el niño se convirtió en un ángel vestido de oro: era el niño Dios. 

Para recompensar la bondad de los ancianos, tomó una rama de un pino y les dijo que la sembraran, prometiéndoles que cada año daría frutos. Y así fue: aquel árbol dio manzanas de oro y nueces de plata.
Por su parte, los germanos vestían sus árboles en invierno (cuando perdían hojas) para que los espíritus buenos que en ellos habitaban regresaran pronto. Los adornos más comunes eran manzanas o piedras pintadas. Se dice que éste fue el origen de los adornos. Las bolas de cristal se incorporaron alrededor del año 1750 en Bohemia. La costumbre del árbol se extendió por Europa y América durante el siglo XIX.

Árbol de Navidad
El Árbol mismo nos trae a la memoria el árbol del Paraíso (cf. Gn 2, 9 – 17) de cuyo fruto comieron Adán y Eva desobedeciendo a Dios. El árbol entonces nos recuerda el origen de nuestra desgracia: el pecado. Y nos recuerda que el niño va a nacer de Santa María es el Mesías prometido que viene a traernos el don de la reconciliación.
Las Luces nos recuerdan que el Señor Jesús es la luz del mundo que ilumina nuestras vidas, sacándonos de las tinieblas del pecado y guiándonos en nuestro peregrinar hacia la Casa del Padre.
La Estrella al igual que en Belén hace dos mil un años una estrella se detuvo sobre el lugar donde estaba el niño Jesús, con María su Madre, causando este acontecimiento una gran alegría en los Reyes Magos (ver Mt 2, 9 – 10). Hoy una estrella corona nuestro árbol recordándonos que el acontecimiento del nacimiento de Jesús ha traído la verdadera alegría a nuestras vidas.
Los Regalos colocados a los pies del árbol simbolizan aquellos dones con los que los reyes magos adoraron al Niño Dios. Además nos recuerdan que tanto amó Dios Padre al mundo que le entregó (le regaló) a su único hijo para que todo el que crea en Él tenga vida eterna.

ALGO MAS QUE EL AÑO NUEVO

Publicación de Gerardo Bouroncle

ALGO MAS QUE EL DIA DE AÑO NUEVO




El Año Nuevo comenzó a festejarse el 1 de enero hace relativamente poco tiempo; fue el papa Gregorio XIII quien lo dispuso el 4 de Octubre 1582 para todos los países católicos, al inaugurar el calendario en vigencia, que sustituyó al juliano. Luego, poco a poco, las restantes naciones lo incorporaron como los rusos por ejemplo que fueron los últimos en 1917; y así también se aceptó en todo el mundo que el año comenzara el 1 de enero y no el 21 de marzo o el 1 de abril, como solía serlo en los viejos tiempos. Según el calendario gregoriano, el próximo 1 de enero comenzará el año 2011; pero como se estructuró sobre un error de cálculo cometido por el monje Dionisio el Exiguo (llamado también Dionisio el Enano) al fijar entre cuatro y cinco años antes el comienzo de la era cristiana, la fecha sería otra.

Resultó que Dionisio no soportaba la idea de contar los años desde la asunción al trono del emperador Diocleciano, dado que éste había perseguido con furia a los cristianos, y aprovechó el nuevo calendario para hacerlo a partir del nacimiento de Jesús. Tras establecer que Jesucristo había nacido el 25 de diciembre del año 753 "ab urbe condita" es decir, desde la fundación de Roma; decidió que el año uno de nuestra era coincidiera con el 754 AUC, sin percatarse que para entonces la muerte de Herodes llevaba cuatro años de ocurrida. Ahí fue que surgió la pregunta: ¿cómo pudo Herodes mandar a degollar al Mesías en la matanza de inocentes, si él mismo ya estaba muerto? El recálculo denunció el error pero el calendario gregoriano siguió tal cual.

Nuevos estudios basados en lo estimado en el siglo XVI por el astrónomo Johann Kepler, en función de la aparición de la estrella de Belén que en realidad es una triple conjunción de Marte, Júpiter y Saturno en el signo de Piscis; llevaron a proponer que Jesús habría nacido a mediados de septiembre del año 7 y no en diciembre del año 1. Esto significa que el próximo 31 de diciembre no habría que brindar por el año 2011, que ya pasó, sino por el año nuevo 2018. Lo dicho no tiene demasiada relevancia, si se observa que otros pueblos -que en lo civil se manejan con el calendario gregoriano- celebran su año nuevo en otras fechas, en función de sus propias tradiciones históricas o religiosas.


Por ejemplo, el Año Nuevo chino comienza entre enero y febrero con la primera Luna nueva de Acuario; el Rosh Hashanáh (cabeza de año) judío empieza en el mes de Tisri del calendario hebreo, que equivale a septiembre u octubre del gregoriano; y el Año Nuevo musulmán en el mes de Muharram que, como obedece a un calendario lunar, puede caer en cualquier mes gregoriano. Respecto a los años, estos también son dispares: los chinos viven en el año 4708 del tigre y el próximo 3 de febrero recibirán al año 4709 del conejo.


Los judíos transitan el 5770, que establecieron a partir de la supuesta fecha del nacimiento de Adán; en tanto que los musulmanes, cuyo almanaque comienza con la huida de Mahoma a Medina en el año 622, le restan esta cifra al año gregoriano para saber en cuál viven: 1388.


En la ciudad de Buenos Aires, la ley 1550 promulgada en el 2004, instituyó el 21 de junio como año nuevo de los pueblos originarios, en función de que ellos lo celebran en el solsticio de invierno, y por tanto, ese día sus hijos quedan exceptuados de concurrir a clase. Sin embargo, el comienzo del año astronómico o natural -basado en el ciclo de las estaciones- continúa siendo el equinoccio de primavera en el Norte (de otoño en el Sur), esto es, entre el 20 y el 21 de marzo, cuando el Sol "toca" el punto vernal y la rueda de las estaciones recomienza su vuelta.


En la misma fecha comienza también el año astrológico: entre el 20 y 21 de marzo el Sol "toca" el cero grado de Aries (o punto vernal) primer signo del zodíaco, para luego ir avanzando, cada treinta días, sobre cada uno de los restantes once signos.
Entonces, ¿cuándo realmente empieza el año nuevo? Los astrólogos dicen que el año nuevo debería ser personal y que empieza cuando uno llega al mundo, es decir, el “día del cumpleaños”.


OTROS FINES DE AÑO
Generalmente el fin de año en muchas religiones y culturas se da con el fin los ciclos solares, ya que en casi todas las religiones se le asigna al sol el máximo poder.


En las culturas prehispánicas la celebración de fin de año era cuando concluía el invierno e iniciaba la primavera.


Para los chinos el Año Nuevo Chino no puede ser convertido a una fecha exacta del calendario gregoriano y puede ocurrir entre el 21 de enero o el 21 de febrero. Se basa en el calendario lunar utilizado tradicionalmente en China y la celebración cae en general, a la segunda luna llena, luego del solsticio de invierno boreal, que es el 21 de diciembre.


El pueblo judío lleva otra cuenta, ya que no coincide con el mismo calendario y tampoco toman como referencia el A.C. y D.C. Celebran su año nuevo con el “Rosh-hashanáh” y cae dentro del mes de septiembre o comienzo de octubre.

OTROS AÑOS NUEVOS.
Algunos radicales ortodoxos celebran el 14 de enero al mantener el calendario juliano.
La celebración del Año Nuevo Vietnamita, celebrado junto al Año Nuevo Chino.
El Año Nuevo Islámico se celebra el 1 de Muharram, aproximadamente fines de enero e inicios de febrero.
La celebración del Año Nuevo Tibetano se celebra entre enero y marzo.
La celebración del Año Nuevo Iraní es para el equinoccio vernal, el 21 de marzo.
También la celebración del Bahaísmo se da en el equinoccio vernal, el 21 de marzo.
En Tailandia, Camboya, Birmania y Bengala se celebra entre el 13 y 15 de abril.
Celebración del Año Nuevo Mapuche es entre el 21 y el 24 de junio, el “We tripantu”.
Celebración del Año Nuevo Inca, el 24 de junio en el “Inti Raymi”.
Celebración del Año Nuevo Judío es generalmente en septiembre.
Celebración del Año Nuevo Etíope, el 11 de septiembre.

EL AÑO BISIESTO
La tierra no gira 365 días alrededor del sol como muchos piensan; en realidad lo hace cada 365 días y 6 horas aproximadamente, esto hace que después de cuatro años se han acumulado 24 horas al año(6x4=24) es decir un día más. Este día se añade para corregir el desfase que existe con la duración real de los años; o sea que cada cuatro años hay que sumarle un día más al calendario.
“El año nuevo debe recibirse con una elevación del estado de conciencia y con un firme propósito de superación espiritual. No es exactamente a través de un ritual como conseguiremos este objetivo, sino con la armonía del hombre, la naturaleza y las energías del cosmos, que sólo proviene de una apropiada actitud mental y unidad con las fuerzas del cosmos”.