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martes, 28 de septiembre de 2010

El Maestro del Tenebrismo

Por Max Ortega
Cuarto Centenario de la Muerte de Caravaggio


Pendenciero, bebedor, jugador y mujeriego. Michelangelo Merisi, más conocido por el nombre de la ciudad lombarda donde se crió, Caravaggio, era todo eso. Pero también fue el pintor más genial de su época, el de mayor éxito en la Roma de su tiempo, un artista innovador con aureola de maldito a quien traicionó su propio carácter violento y desesperado.
Encontró la muerte cuando regresaba a la Ciudad Eterna en busca del perdón por un delito que convirtió los últimos años de su vida en una continua huida. A los 400 años de su muerte, la capital italiana le ha rendido el gran homenaje que nunca tuvo, una extraordinaria exposición que ha reunido la mitad del medio centenar de las obras que los expertos han confirmado como suyas. La muestra se clausuró en junio, pero otra exposición abrió sus puertas en Florencia, donde permanecerá hasta octubre.
Del mismo modo que con Botticelli, otro de los grandes artistas italianos del que se celebra este año el quinto aniversario de su muerte, la obra de Caravaggio quedó relegada al olvido durante siglos poco después de su desaparición. Los dos maestros tuvieron reconocimiento en vida y, sin embargo, hasta la segunda mitad del siglo XIX, en el caso de Botticelli, y bien entrado el XX, en el de Caravaggio, su obra no fue redescubierta y apreciada como merecía.
Todos los caminos conducen a Roma
Existe cierta confusión en cuanto al año y lugar de su nacimiento. Pudo ser entre 1571 y 1573, y hay quien lo sitúa en Milán o en la propia ciudad de Caravaggio. Pese a que su vida atormentada podría hacer creer a algunos que procedía de una familia humilde, un error que extendieron muchos historiadores del siglo XIX mal documentados, lo cierto es que sus padres estaban bien situados. Su padre era arquitecto y administrador del marqués de Caravaggio y estuvo en contacto con poderosas familias como los Colonna y los Sforza, y su madre procedía de una buena familia de la región. Ambos murieron cuando el joven Michelangelo Merisi era todavía un niño. Sin embargo, ya estaba decidido que encaminaría sus pasos hacia el mundo del arte. Entró como aprendiz en el taller milanés de Simone Peterzano, un pintor lombardo que había sido discípulo de Tiziano. Pasó su adolescencia —al menos 4 años— con aquel artista de segundísima fila y un tiempo después, cuando tenía alrededor de 20 años, marchó a Roma, ciudad repleta de aspirantes a hacerse un nombre en el mundo del arte. Durante un tiempo, Caravaggio fue un pintor más en busca de éxito, un joven sin dinero y sin referencias que le ayudaran a abrirse paso. Contaba únicamente con su talento, aún por explotar. Y para ganarse la vida, comenzó a trabajar como ayudante de diversos artistas de medio pelo hasta acabar pintando flores y cestos de frutas para el pintor favorito del papa Clemente VIII, Giuseppe Cesari, un artista de mayor rango pero muy alejado de lo que llamamos genialidad. En 1594 se desvinculó de este artista y comenzó su propia carrera, primero con la ayuda de Valentino, una especie de intermediario que consiguió vender algunas de las primeras obras de Caravaggio, y después con la del cardenal Francesco Maria del Monte, un amante del arte —y posiblemente de los muchachos de corta edad— que se convirtió en su patrón.
Célebres pinturas como Los músicos, del Metropolitan de Nueva York, o el Baco, de los Uffizi, datan de esa época. Las figuras de jóvenes y adolescentes semidesnudos que pintaba debían de ser muy del gusto del cardenal, aunque también sentaron las bases del debate acerca de las inclinaciones sexuales del artista, una discusión nacida ya en el siglo xx e incluso planteada en la película Caravaggio, que Derek Jarman dirigió en 1986.
Reconocimiento y escándalos
Tras su etapa de obras de género y mitológicas, el pintor se adentró en la temática religiosa, obteniendo cada vez más encargos de la Iglesia. En este terreno sus pinturas fueron innovadoras en varios aspectos. En cuanto a su técnica, prefería acometer muchos trabajos directamente en el lienzo, sin apuntes previos, algo impensable entre los artistas del Renacimiento y de su propia época, y que constituye un reflejo de su forma apasionada y libre de entender el arte. Apenas han sobrevivido bocetos de sus cuadros. Lo que solía hacer era marcar unas cuantas líneas con el extremo opuesto del pincel que le servían de guía para trabajar sobre la tela. El tenebrismo, o uso dramático y radical de la luz y la oscuridad, es sin duda una de sus grandes aportaciones y una de las características del Barroco. Pero, sobre todo, destacó por su cruda forma de plasmar la realidad. Sus vírgenes y santos tienen poco que ver con las figuras idealizadas del manierismo que le precedió. Sus modelos fueron gente del pueblo, prostitutas y mendigos de rasgos vulgares, imperfecciones y manos sucias que él convirtió en mártires.
Su arte tuvo muchos admiradores, pero también detractores que llegaron a considerarlas sacrílegas. La fuerza de sus imágenes era una útil propaganda para la Iglesia contrarreformista. Los entendidos y unos cuantos artistas jóvenes apreciaban su talento, pero algunas de sus obras resultaban ofensivas a los ojos de mucha otra gente. Además, Caravaggio despreciaba a menudo las pinturas de sus contemporáneos, algo que le hizo crearse no pocos enemigos.
En cualquier caso, atravesó un período de éxito que lo convirtió en el pintor más famoso de Roma. Fue entre 1600 y 1606, sobre todo debido a la impresión que causaron El martirio de San Mateo y La vocación de San Mateo, que pintó para la Capilla Conterelli en la Iglesia de San Luis de los Franceses. Sus representaciones de mártires mostraban una violencia inusual y un realismo exagerado al máximo detalle, hasta el punto de que, en ocasiones, algunos de sus cuadros fueron rechazados por quienes los habían encargado.
Utilizar el cadáver de una mujer ahogada en el Tíber para representar a la madre de Cristo, con el vientre hinchado y los pies mugrientos, fue algo que los carmelitas de la iglesia donde debía ser colgado no toleraron. Tras el rechazo a la obra, La muerte de la Virgen, Rubens aconsejó comprarla al Duque de Mantua para regalarla a Carlos I de Inglaterra. Actualmente es uno de los lienzos más famosos del Louvre.
De sacrílega y vulgar tacharon también su Madonna con el Niño y Santa Ana, encargada para un altar de San Pedro del Vaticano. La descolgaron al cabo de dos días. En la Iglesia de Santa María del Popolo se conservan dos de sus obras maestras, La crucifixión de San Pedro y La conversión de San Pablo, aunque se trata de dos telas que tuvo que repetir al ser rechazadas las primeras versiones que hizo, como un niño que hace mal los deberes.
Huida y muerte
Caravaggio podría haber sido durante muchos años un artista bien acomodado en la sociedad romana de su época, pero siempre fue un esclavo de su impredecible temperamento. El 6 de mayo de 1606 tuvo lugar el suceso que marcó el resto de sus días. En una pelea con casi una decena de hombres acabó asesinando a un tal Ranuccio Tomassoni. El pintor aún no había cumplido los 35 años cuando tuvo que huir de Roma. En Palestrina obtuvo la protección de la familia Colonna, para la que había pintado algunos cuadros en el pasado. Más tarde, sacó partido a su talento y reputación artística para recibir importantes encargos en Nápoles que le permitieron recuperar en parte la estabilidad. Pero su carácter violento —se cree que incluso pudo haber matado a otras dos personas— provocaron que tuviera que seguir huyendo.
De Nápoles fue a Malta, donde estuvo bajo la protección de los Caballeros de la Orden de San Juan. Incluso fue nombrado caballero por el gran maestre Alof de Wignacourt, a quien retrató. No tardó en ser desposeído del título y apresado por ofender a otro miembro de la orden. Escapó de nuevo, esta vez rumbo a Sicilia, donde siguió trabajando.
Al final llegaron rumores desde Roma de un posible indulto, conseguido por sus influyentes amistades. En el verano de 1610 embarcó en un viaje de regreso que no pudo completar. Hay quien adorna la historia —no se sabe bien hasta qué punto cierta— explicando que lo echaron del barco por polizón y tras haberse peleado con algún marinero, de modo que acabó desesperado sobre la arena de una playa viendo cómo la embarcación se alejaba con todas sus pertenencias. En cualquier caso, se acepta que murió a causa de fiebres —tal vez malaria— en la localidad toscana de Porto Ercole, posiblemente el 18 de julio de aquel 1610. Su cuerpo nunca se encontró. Hoy, cuatrocientos años más tarde, la ciudad que esperaba su llegada para perdonar sus delitos, se rinde a sus pies.
EXPOSICIONES EN EL AÑO CARAVAGGIO
Las antiguas caballerizas del Palacio del Quirinal, en Roma, han albergado durante el primer semestre del año la mayor exposición que se ha organizado nunca sobre la obra de Caravaggio. No por cantidad, pues al fin y al cabo constaba de 24 cuadros. Sin embargo, esa cifra representa aproximadamente la mitad de los autentificados, piezas maestras que por primera vez fueron cedidas por el Ermitage de Leningrado, el Museo Estatal de Berlín, la National Gallery de Londres, el Metropolitan de Nueva York y colecciones privadas. Junto al resto de pinturas que pueden verse habitualmente en las iglesias de Roma, en la capital italiana ha podido verse el 90% de la producción del artista. Sin embargo, esa exposición se cerró el 22 de junio.
El relevo lo ha tomado Florencia. Entre el 22 de mayo y el 17 de octubre, en la Galería de los Uffizi y la Galería Palatina del Palacio Pitti puede visitarse la muestra “Caravaggio y los Caravaggistas en Florencia”. Después de Roma, la ciudad toscana es el lugar donde en estos momentos puede admirarse el mayor número de pinturas tanto de Caravaggio como de seguidores en los que influyó su tratamiento de la luz y la oscuridad, así como su cruda forma de representar la realidad, artistas como Battistello Caracciolo, Artemisia Gentileschi, Theodoor Rombouts, Gerrit Honthorst, Bartolomeo Manfredi o José de Ribera.
Más información: www.firenzemusei.it

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