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lunes, 19 de julio de 2010

Qué edad tienen los escritores?

Enrique Badosa
06 de Noviembre de 2009

Con este título tal vez acabo de ser política, literaria o cortésmente incorrecto. Claro: tenía que haber escrito “escritores” y “escritoras”, pero no pido perdón. Ya está resultando fatigosísimo esto de prescindir del plural de género, y cuánta energía y cuánta tinta no se gastan al no respetarlo. Sí me permito una supuesta descortesía, se debe a que en modo alguno me importa ceder siempre el paso a la mujer, sea al caminar sea al dirigirme a una reunión. También, como aquel rey nuestro, soy “amador de toda gentileza”, y por esto cuando alguna vez caigo en la aludida “corrección” siempre empiezo por el femenino, contra lo que suele suceder. Pero, no, no le doy demasiada importancia a esto que carece de ella. Respecto de los escritores –he estado a punto de escribir “y escritoras”– ahora me interesa comentar otra cosa; la de su edad.

Es habitual que en las solapas o en las contraportadas de los libros aparezcan el año de nacimiento de un autor –o autora; si aún vive, y también, a veces, su fotografía. Igual es frecuente que la mayoría de las literatas, por una parte, se nieguen a publicar su edad, y, por lo que atañe al retrato, muestren uno que en ocasiones el lector deduce fácilmente que no es actual. En ambos casos, una unidad respetable, aunque literariamente incorrecta. Algo que sucede desde hace mucho tiempo, y que ya a nadie sorprende. Lo que sorprende es que van siendo muchos los poetas y narradores que siguen la actualidad de sus colegas femeninas. Nos ocultan su fecha de nacimiento, y, si hay foto, a veces de cuando se creían hermosos. También vanidad casi pueril, disculpable, por más que resulten sorprendentes en un varón.

He aquí, pues, a gentes de letras que quieren, y no está nada mal, ofrecer su mejor aspecto al lector, casi como aquello con lo que en la Antigüedad se iniciaban los discursos, la llamada “captación de benevolencia”. Pero el tiempo irá pasando, a pesar de los escritores. Llegará un momento en el que si bien se nos niegan fechas de nacimiento, no se nos mostrarán fotografías actualizadas más o menos. ¡Oh, tragedia! Y como estamos en la época de la imagen, la faz de ella, la faz de él ya no aparecerá en el libro, a no ser que se tenga gran capacidad de aceptar lo que es difícil aceptar: Tempus fugit. O, mejor dicho, quien fugit es uno mismo.

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