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jueves, 19 de agosto de 2010

Sandro Botticelli - Enigmas Mitológicos

Venus y Marte
Enigmas Mitológicos de Botticelli


Max Ortega

Hace 500 años fallecía en Florencia uno de los más destacados representantes de la pintura del Quattrocento. Sandro Botticelli, reconocido en la actualidad como uno de los artistas esenciales del Renacimiento, fue uno de los protagonistas de aquel movimiento cultural, filosófico y artístico que cambió el mundo occidental y lo sacó de las tinieblas de la Edad Media.
Las dos pinturas más famosas de Botticelli, El nacimiento de Venus y La Primavera, se han convertido en iconos que evocan una Florencia humanista, volcada en el arte y en la recuperación de la cultura clásica. Dada la celebridad de estos dos grandes cuadros de los Uffizi, y a pesar de ser un gran maestro que gozó en vida del favor de los Médici, sorprende saber que quedó relegado en el olvido durante casi 400 años.
Desde poco después de su muerte el 17 de mayo de 1510 hasta hace algo más de un siglo, la obra de Alessandro di Mariano di Vanni Filipepi “Botticelli” careció del conocimiento y reconocimiento de otros artistas coetáneos. Fue redescubierto en el siglo XIX, sobre todo por los prerrafaelitas ingleses. Sus cuadros comenzaron a despertar interés y admiración, su obra pictórica fue analizada y debatida por eruditos y su lugar privilegiado en la historia del arte quedó fuera de toda duda.
El misterio de La Primavera
“Las grandes obras de arte se nos presentan rodeadas de misterio”. La frase es de Ernst Gombrich, uno de los historiadores del arte más prestigiosos del siglo XX para quien Botticelli representó todo un reto. Para él y para muchos otros, puesto que las pinturas de tema mitológico del pintor florentino han hecho correr ríos de tinta, en especial La Primavera, cuya datación es incierta —se cree que se pintó entre 1478 y 1482— y cuyo significado sigue siendo objeto de debate entre expertos.
Giorgio Vasari, quien escribió sobre la vida de los “más excelentes arquitectos, escultores y pintores italianos”, según tituló su colección de biografías, relató que hacia 1550 La primavera y El nacimiento de Venus se encontraban en una villa de Lorenzo di Pierfrancesco de Médici. Durante siglos se ha pensado que ambas obras maestras fueron encargadas al mismo tiempo por este primo segundo de Lorenzo el Magnífico, pero un inventario descubierto hace 35 años muestra que en 1498 estaba en posesión de la primera, pero no de la segunda, por lo cual se desconoce en la actualidad para quién pintó Botticelli El nacimiento de Venus. Además, aunque muchos expertos relacionan ambas pinturas como parte de un todo, existe una diferencia clave que las separa. La Primavera está pintada sobre madera mientras que El nacimiento de Venus es una tela, la primera de gran formato, que se conoce en la Toscana.
La Primavera ha sido objeto de interpretaciones para todos los gustos. Vasari escribió que representa una “Venus coronada con flores por las Gracias que anuncian la primavera”. De los 9 personajes representados, el de la izquierda es Mercurio, que da la espalda al resto y se dedica a remover unas pequeñas nubes con su caduceo. Cerca de él, las tres Gracias ejecutan una danza cortesana. En el centro de la composición se halla Venus. Sobre ella, Cupido parece dispuesto a disparar su flecha a una de las Tres Gracias. En el margen derecho del cuadro aparece Céfiro, que trata de alcanzar a la ninfa Cloris. Un pasaje de los Fastos de Ovidio describe cómo este dios del viento transformó a la ninfa en Flora, que aparece representada como la Primavera, al lado de la ninfa, arrojando rosas en el jardín que preside la diosa del amor.
En cuanto al significado, no contamos con un texto clásico que describa la escena al detalle. Las interpretaciones son diversas, pero no hay consenso. Incluso existen dudas de que la figura central sea realmente Venus, como dijo Vasari. Al fin y al cabo, cuando Botticelli murió, el biógrafo de artistas ni siquiera había nacido. Por ejemplo, Jean Gillies planteó en 1981 la posibilidad de que fuera Isis, basándose en El asno de oro de Apuleyo y en una estatua de la diosa egipcia conservada en los Museos Capitolinos de Roma. A su juicio, nadie ha encontrado fuentes visuales o literarias que apoyen la identificación de Venus como la imagen central de La Primavera, aparte de la breve descripción de Vasari. Por otro lado, considera que se trata de una representación poco ortodoxa por su vestimenta, su aparente embarazo y su aspecto más cercano a una madonna que a una diosa del amor.
Pese a ello, las interpretaciones más extendidas y aceptadas identifican esa figura como Venus y coinciden en el resto de personajes. Eso sí, a la hora de explicar los distintos niveles de significado existen muchas divergencias.
Gombrich interpretó La Primavera en clave neoplatónica. En su opinión, el cuadro representa las enseñanzas de Marsilio Ficino, pensador humanista que trató de reconciliar la filosofía clásica con la religión cristiana y que era mentor del joven Lorenzo di Pierfrancesco. Del mismo círculo intelectual formaba parte el poeta Angelo Poliziano, con cuyos poemas se han relacionado las obras mitológicas de Botticelli. Posiblemente fueran Ficino o Poliziano quienes instruyeron al pintor sobre el contenido del cuadro. Para Gombrich, La Primavera resume en cierto modo las enseñanzas de Ficino y lo que muestra es el círculo de las diversas formas de amor, un círculo que parte del amor carnal y pasional en la tierra, representado por el acoso de Céfiro a Cloris, y que regresa al cielo como amor contemplativo, a través de la mirada a las alturas de Mercurio, dios de la razón y del entendimiento. La figura central, por su parte, no es una Venus terrenal, sino un símbolo de la humanidad, cuyo amor y belleza abren las puertas del cielo a los mortales.
Otro erudito de la historia del arte, Erwin Panofsky, analizó La Primavera desde su sistema iconológico, coincidiendo con Gombrich –ambos fueron miembros del Instituto Warburg– en que los poemas de Poliziano constituían el texto en que se basaba el cuadro, representación pictórica de la filosofía neoplatónica de Ficino. Para Panofsky La Primavera y El nacimiento de Venus eran dos obras indisociables, la primera como representación del amor humano a través de las alegorías de los dioses grecorromanos, y la segunda del amor divino. En su interpretación, las tres Gracias y Venus simbolizarían el mundo de los sentidos, mientras que Mercurio encarnaría la razón humana, que no pertenece ni al amor humano ni al divino.
Otro reconocido experto, Pierre Francastel, interpretó el cuadro de Botticelli desde la disciplina que contribuyó a fundar la sociología del arte. Para él, el arte no sólo es un puro placer estético, sino una producción social en una estrecha relación con su ambiente político, religioso y científico. En su opinión, La Primavera y los textos de Poliziano se complementan y guardan estrecha relación con las fiestas de mayo en Florencia, festejos populares vinculados a Lorenzo de Médici que formaron parte de la transformación de la sociedad florentina que tuvo lugar bajo su gobierno. Al mismo tiempo, Francastel afirma que La Primavera constituye una alabanza al buen gobierno que ejerce Lorenzo de Médici, dado que las divinidades del cuadro son dispensadoras de riqueza y encarnan la circulación de tal riqueza en la sociedad.
También hay quien interpreta la obra en clave política, asociando cada una de las figuras a ciudades italianas: Roma (Cupido), Pisa, Nápoles y Génova (las tres Gracias), Milán (Mercurio), Florencia (Venus), Mantua (Primavera), Venecia y Bolzano, o Arezzo y Forlì (Cloris y Céfiro). Y para rematar la variedad de interpretaciones, tenemos también la de Kathryn Lindskoog, quien opina que el cuadro es una ilustración del Jardín del Edén, tal como lo describe Dante en La Divina Comedia, de modo que Mercurio sería en realidad Adán, las tres Gracias serían las virtudes teologales, Venus es Beatriz, Primavera es Matilda, Cloris es Eva y Céfiro, Satán.
Primer desnudo femenino en siglos
Interpretar El nacimiento de Venus (1486) parece algo más fácil. La escena está inspirada en Poliziano, aunque no en un texto concreto. El mito relata que cuando Crono castró a su padre Urano con una hoz, su miembro amputado fue arrojado al mar y de su espuma nació la diosa del amor. En el cuadro de Botticelli, Céfiro, con la ninfa Cloris a su lado, sopla para que Venus llegue a tierra sobre una concha, mientras una de las tres Gracias —o tal vez Flora— la espera en la orilla para cubrir su desnudez con un manto.
Igual que con La Primavera, los eruditos citan la existencia de distintos niveles de significado. Gombrich explica El nacimiento de Venus recurriendo al neoplatonismo y a Ficino, y señala que, si bien la diosa despierta el deseo carnal entre los hombres, también inspira el amor intelectual, pues según Platón, contemplar la belleza física ayuda a comprender la belleza espiritual. En la misma línea, Panofsky está de acuerdo en que El nacimiento de Venus es una representación del amor divino, de modo que contemplar la belleza de la figura del cuadro podría enlazarse con el amor a Dios.
Desde luego, dados los tabúes cristianos, hubiera sido inconcebible una explicación semejante unas cuantas décadas antes de que Botticelli pintara el cuadro. Desde hacía un milenio no se había representado un desnudo femenino a tamaño natural con esa apariencia que la Iglesia hubiera considerado lujuriosa. Únicamente se había pintado desnuda a Eva como pecadora castigada por Dios, un tipo de desnudo vergonzante que nada tiene que ver con la gracia e idealización de la Venus de Botticelli.
Por otro lado, con frecuencia se ha dicho que la musa del cuadro fue Simonetta Vespucci, la esposa de Marco Vespucci cuya belleza tenía impresionado a Giuliano de Médici, hermano de Lorenzo el Magnífico. El problema es que la joven, que había sido retratada por Botticelli y otros artistas de la época, falleció por tuberculosis cuando tenía 22 años, una década antes de que se pintara El nacimiento de Venus. Por lo tanto, aunque hay cierto parecido respecto a otras pinturas que la retrataron, no existen pruebas determinantes de que el artista la representara como la diosa del amor.
La virtud sobre la lujuria
Otra de las obras mitológicas de Botticelli es Palas y el centauro (1482-1483), que no fue redescubierta hasta 1895 en un desván del Palacio Pitti. También hay quien ha visto el rostro de Simonetta Vespucci en el de la diosa Palas Atenea —Minerva para los romanos— que, armada con una albarda, agarra del pelo a un centauro que se ha internado en terreno prohibido. En la vinculación de este ser con la lujuria y el instinto apreciamos un claro contenido moralizante, dado que la virtud y castidad de la diosa resultan vencedoras en la escena.
Pero también puede explicarse en términos políticos. El vestido de Palas Atenea está decorado con los anillos entrelazados que eran símbolo de los Médici, por lo que la diosa representa a Florencia, mientras el centauro podría encarnar la guerra de Nápoles contra el Papado, un conflicto que Lorenzo de Médici trataba de evitar. Las ramas de olivo, claro símbolo de la paz, en la cabeza y hombros de Palas también apoyan esta interpretación.
El amor sobre la guerra
De la misma época que Palas y el centauro data Venus y Marte, otra de las piezas de contenido mitológico más famosas del pintor. De nuevo hay quien ve el rostro de Simonetta Vespucci, una vez más representada a título póstumo, y la posibilidad de que muestre el amor entre la joven musa y Giuliano de Médici. De hecho, las avispas de la esquina superior derecha de la tabla formaban parte del escudo de armas de los Vespucci, lo cual puede ser indicativo de que fueron quienes encargaron la obra.
En este cuadro, que puede verse en la National Gallery de Londres, vemos a la diosa del amor tendida a la izquierda, y a Marte dormido a la derecha, mientras unos pequeños faunos juegan con su yelmo y su armadura. Su temática y formato apaisado sugieren que su destino pudiera ser un regalo de bodas para colgarse sobre la cabecera de la cama de los recién casados.
Como en los cuadros anteriores, se han sugerido otros significados enlazados con el neoplatonismo, como sería el poder del amor de Venus Humanitas sobre el dios de la guerra, o como una alegoría del matrimonio.
La falta de documentación —al menos hasta la fecha— que concrete de forma categórica el significado de las obras mitológicas de Botticelli, seguirá dando pie a nuevas interpretaciones. Tal vez gran parte de su atractivo resida precisamente en el misterio que las envuelve, enigmas que seguramente comprendían bien los intelectuales de finales del Quattrocento, pero cuyo lenguaje alegórico sigue fascinando y trayendo de cabeza a los expertos de nuestros días.

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